Como si se rebelase la Masía

Que el Barcelona no pueda contratar a ningún jugador hasta el próximo año solo puede interpretarse como un regalo al club teniendo en cuenta la directiva que lo acaudilla y el director deportivo de quien depende. Más que un recurso de alegaciones contra la decisión de la FIFA, el presidente culé debería hacerle llegar a Josep Blatter una carta de agradecimiento escrita de su puño y letra por limitarle el poder de decisión y devolverle al camino correcto en la política de contrataciones. El Fútbol Club Barcelona estará obligado en los próximos meses a realizar un acto de contrición forzosa al tener que elegir el punto donde quiere seccionarse la libra de carne para redimir sus pecados.

Ha llegado el momento idóneo para reducir una plantilla atosigada de sueldazos desperdiciados sobre el campo y egos enrabietados en el banquillo. Si bien es cierto que el club azulgrana no podrá renovar la parte más sensible de su equipo, es decir, la defensa, no es menos cierto que podrá desprenderse de futbolistas tan prescindibles como Alexis, Affellay, Cuenca, Song e incluso Tello. Si se confirma la sanción dentro de noventa días, el club catalán, podrá limar su excesivo volumen de jugadores sin verse con la presión social de reponer la misma cantidad de futbolistas. Podrá permitirse el lujo de ceder a Dos Santos y a Sergi Roberto y deberá verse en la obligación de repatriar a Deulofeo y Rafiña, sin duda los jugadores más talentosos que tiene desperdigados por el mundo. El único servicio que el señor Bartoméu puede hacer antes de anunciar las próximas elecciones y anular cada una de sus decisiones actuales, incluyendo el referéndum del próximo día cinco, es hincarse de rodillas a los pies de la camilla donde se esté recuperando Víctor Valdés e implorarle que rectifique, como ellos nunca han sabido hacer, la decisión de marcharse del club.

El Fútbol Club Barcelona no se hundirá porque ha sido sancionado con oro líquido para sus intereses deportivos y sobre todo ejecutivos. El Barcelona tiene la capacidad deportiva suficiente como para construir aún más virtud allí donde habita la incertidumbre. Si bien pienso realmente que la FIFA está obligando al Barcelona a realizar algo que debería haberse planteado de forma unilateral el propio club, es decir, reducir su plantilla, no es menos cierto que todas estas situaciones generadas en los despachos están siendo demoledoras en capital social e institucional. En los próximos meses la reputación del club se mantendrá intacta mientras Messi controle el balón y caerá por los suelos cada vez que las cámaras enfoquen a Bartoméu y Zubizarreta, que son las caras más visibles del poder ejecutivo de la entidad.

Por increíble que parezca, este proyecto directivo del que fue descabezado Sandro Rosell ha sido capaz de superarse tras la lamentable ejecución en el fichaje de Neymar. Hace unos días no pude contener las carcajadas ante la ¿absurda? posibilidad destapada por un contertulio nocturno de que el estadio culé pasase a llamarse “Camp Nou Qatar Petroleum”. Una vez conocida la sanción al Barcelona y la felonía social con la que actúa esta junta directiva, he dejado de reírme al recordar dicha anécdota. Desde esta misma mañana debería pesar sobre todos los directivos azulgranas una orden de alejamiento ante cualquier documento que contenga el escudo de la entidad. Cómo es posible que un club sea tan fantástico en el campo y tan lamentable en los despachos. La explicación a esta pregunta solo encuentra una respuesta con la idea de que los intereses profesionales y las ansias de gloria de los que lucen corbatas han pesado más que los sueños de los que besan el escudo. Han querido formar parte de la historia blaugrana con la misma proporcionalidad que los jugadores pero con una capacidad opuesta. Han intentado ser mejores a cualquier precio en sus despachos que los futbolistas sobre el campo. Si el fútbol nos ha enseñado algo a lo largo de los años es que los equipos grandes se destruyen desde el césped pero jamás lo han hecho desde el palco. Los futbolistas construyen sueños, los directivos se limitan a envolverlos.

La situación que podría vivir el Barcelona en el próximo año está llena de romanticismo épico con final abierto. Como si la masía se rebelase contra su propio destino y contra el destierro de sus hijos. Un cuento moderno lleno de paradojas futbolísticas que encuentra su epicentro y sus remedios dentro de su cantera. El problema es un canto al barcelonismo puro, un recuerdo a socios y dirigentes de que todos sus problemas y soluciones, como ahora, siempre empiezan y acaban en la Masía.

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